viernes, 15 de abril de 2016

¿Exhibicionista o ensimismada? Antonio Montero Alcaide


 ¿Se exhibe Sevilla en la Feria? Resulta evidente aunque, no pocas veces, decir lo obvio importa; sobre todo, si se trata de precisar.

–¿Es Sevilla exhibicionista o se trata, más bien, de estar ensimismada?
–¿Me lo preguntas a mí? –dice la bruja del tren, como si le extrañara que pudiese contar con su criterio. 

Cierto que a las brujas –ahora que no se entera– tanto se les atribuye la fealdad por sus malos conjuros como la belleza o el embeleso resultantes de los hechizos. Pero ni Sevilla es bruja, más bien maga, ni la bruja del tren es sevillana, sino trotamundos de reales festivos, con pocos vuelos siderales en la escoba y un cuentakilómetros gastado por las vueltas del tren.
 
Convengamos, para tal cuestión, que pocos reparos pueden ponerse a la voluntad o la intención de exhibir cuando genuinamente se trata con ello de manifestar o de poner en público las circunstancias que lo merecen. De modo que así se congratulen tanto el que exhibe como el que contempla. ¿Se exhibe Sevilla en la Feria? Resulta evidente aunque, no pocas veces, decir lo obvio importa; sobre todo, si se trata de precisar. ¿Y tiene que ver exhibirse con la estética? Pues claro que sí, considerada esta, la estética, como la armonía y la apariencia que agradan y alegran la vista porque anuncian belleza. Pero si hasta aquí se llega con el ordinario o lógico curso de las cosas, asunto distinto será cuando se extreman, porque de la exhibición al exhibicionismo llevan los fundamentos –o la ausencia de ellos– con que se sostienen las conductas y las maneras. ¿Y todo exhibicionismo es repudiable? –la bruja mira de un lado a otro, pregunta a pregunta–. Descartado el exhibicionismo malsano y rijoso –que me dispense mi bruja dilecta la manera de señalar los tratos carnales con el demonio–, un exhibicionismo sevillano del que la Feria da buena cuenta tiene que ver con el prurito, con el deseo, aunque puede resultar persistente y excesivo, de hacer las cosas de la mejor manera posible. Por eso, cuando el exhibicionismo trae causa del prurito de exhibirse, la disculpa es manifiesta con el agasajo. Y no se trata solo de esa declaración popular con la que se exhorta “que no falte de”, sino de un entendimiento –decir filosofía tal vez sea pretencioso– que acerca a las virtudes de lo perfecto. Queda ya rematar la faena con el ensimismamiento. Meridiano también parece que la Feria no se recoge, abstraída, en la intimidad, sino que el ensimismarse acaso lleve al envanecerse y, entonces, despunten los  pocos recomendables efectos de la presunción o de la representación vana.

Al cabo, la Feria de Sevilla, en las mejores acepciones, es una exhibición ensimismada.

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