viernes, 10 de junio de 2016

Deberes para casa. Antonio Montero Alcaide


Se trata de pensar qué actividades educativas son las que requieren, en mayor medida, de la intervención del profesor y de la presencia e interacción en el aula

Aunque las virtudes parecen cotizar poco en el mercado de los valores sociales, siempre se aludió a que suelen encontrarse en el recomendable término medio. Al cabo, algo parecido al justo equilibrio entre los contrapesos del pasarse y del no llegar. Pues esto mismo, virtud y equilibrio, se precisan en el caso de los deberes escolares, que han tomado protagonismo en el debate educativo y hasta en la controversia política, con iniciativas en algunas administraciones para regular su encomienda y ejercicio. Sabida es la tentación normativa por la que suelen regularse en exceso algunas cuestiones, o someter a nueva prescripción lo que debería ser ajeno a ella. Se quejan las familias, al menos las que parecen representadas por las asociaciones correspondientes, porque sus hijos ocupan muchas horas de las tardes en hacer los deberes y, además, requieren de ayuda y apoyo continuos para realizar las tareas. Y opinan algunos profesores, o sus representantes –aunque tanto en un caso, las familias, como en otro, el profesorado, convendría reparar en los avales de esa representación-, que los deberes son necesarios para completar los procesos de enseñanza y de aprendizaje que se desarrollan en las clases. Otros argumentos tienen que ver con las dificultades de las familias en situación de desventaja sociocultural para apoyar a sus hijos en las tareas escolares en casa; con la oferta de actividades complementarias o extraescolares en los centros, donde puede caber el apoyo escolar; o con la propia complejidad y extensión del currículo de las enseñanzas.

En definitiva, la intensificación del tiempo de aprendizaje en las aulas, señalada como factor de calidad de los centros, algo tendrá que ver, por el modo en que se adopta, con la acumulación de los deberes para casa. Y hasta las “clases invertidas” o “clases al revés” (“flipped classroom“) saldrán a la palestra para sostener la conveniencia de atender las explicaciones del profesor en casa, grabadas en vídeo o con recursos de las ahora TAC (Tecnologías del Aprendizaje y del Conocimiento), y hacer los deberes en clase. Se trata, por ello, de pensar en qué procesos y actividades educativas son las que requieren, en mayor medida, de la intervención del profesor y de la presencia e interacción en el aula. De modo que no se conviertan en deberes lo que de algún modo son derechos, sin que se esté postulando con ello la abolición del esfuerzo, otra virtud en cuestión.


Antonio Montero Alcaide
Inspector de Educación. Profesor de la Universidad de Sevilla
Publicado en la Revista Magisterio el 25-05-2016

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